domingo, 27 de enero de 2013

Retazos de un caminar sobre cenizas. Berlín. Noviembre de 2007.

Ocupo apartamentos, comparto lavabos y alguna inquietud. Estamos a merced de los mil vientos. Hoy he muerto donde millones murieron, donde se creo y destruyó Europa, donde cada adoquín llora y ríe por todo lo que ha vivido.


Robert Wiene en blanco y negro, con filtro de contraste. Césare sigue recorriendo las calles alemanas, sonámbulo y en trance de muerte.




Entro en la Cinemateca y se inflaman los ojos. El expresionismo y un par de maravillas de Wenders sobrevolando los cielos berlineses son lo que aquí sobreluce. La idiosincrasia de una ciudad en sus imágenes en dos dimensiones.


Pisada sobre quebranto y grito de dolor, sobre poema de Brecht. Mirada sobre desgarro, llena de historia; piedra dolorida que ha sufrido miles de afrentas y embistes. Terruño bárbaro violado hasta el desgarro por ellos y nosotros, por vanalidades del mal y totalitarismos, por discursos de productividad y engaños; por execrables fórmulas de iniquidad.


Es orgullo, quizás, lo que creo sentir, paseando sobre la desgraciada Europa que mana sangre… sangre.


Resplandecí al despojarme de la lana que me impedía escuchar los matices de tu siseo en mi oído, porque supe que desde la atalaya dorada de la victoria te habías acercado planeando hasta levantar las hojas muertas otoñales de Tiergarten para así descubrir, nunca comprender, querido Cassiel, desde tan lejos y al mismo tiempo tan cerca los impulsos de aquel que obviando convenciones y protocolos sonreía estúpidamente a los pies del cielo encapotado de Berlín.


Digo adiós a esta patria de la desazón; el corazón del odio y la vergüenza histórica. Mientras, en su exterior, los cuerpos hacen y deshacen, con su libertad mal asumida.

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