Llegaron desorientados, había que verlos
respetando el protocolo del que tanto renegaban, y lo hicieron procurando
amnesias que permitieran integrarlos en rutinas desconocidas y hasta entonces
sólo intuidas mediante terceras, cuartas voces.
Obligándose a desenraizarse de uno y mil
suplicios, de todos y cada uno de los prejuicios impuestos, esos mismos que
desarman y cercenan con su filosofía coercitiva para con todo ejemplo de
heterodoxia.
Compartieron en comandita iniciales
incertidumbres y estragos en potencia, con poco ingeniosos comentarios
recubiertos de la falsa jocosidad que tiende a ocultar las grandes verdades,
las que se susurran al oído y se tipografían con letras capitales, las únicas
que podrían llegar a importar.
Fueron -indecisos, apocados, indolentes-
puntales maleados y zarandeados, sin procesar correctamente causas y efectos,
por imponentes formas de energía, trascendentes a reglamentos de termodinámica
y generadoras potenciales de nuevas y equilibradas revoluciones; hallándose a merced,
áglotas incorruptibles como se caracterizaban, de babeles y eolos.
Ejercieron de hijos pródigos en edenes
deportados, de amigos exóticos, de turistas responsables, de conciudadanos
redistribuidores de riquezas atávicamente inicuas, hasta que los más expresivos
ojos del Magreb y todos aquellos rostros que (muy a su inocente pesar, y muy a
nuestro doloso gozar, se presentaban curtidos, como lo estaban, en desazones y
abandonos) concentraban toda la tristeza del mundo, quisieron imponer
significados a las, no nos engañemos, precarias en sacrificios, pulsiones de
vida de ambos.