Vuelvo, dos meses después. Atrás el pasado, quizás el
presente también. Quién sabe del futuro en pastos donde nunca lo hubo. Con la
sangre hasta la cintura.
Pero cuánta gelidez. Otra noche más persiguiéndote, de
hostal en hostal, de bruma en bruma, dentro de esta invierno a desmano.
Sufriendo en patios adoquinados todo este frío teutónico. Continuando estamos,
seguimos, con el frontal del cráneo endurecido; con nuestros jueguecitos. Me pude
extraviar en otras faldas y chimeneas, lo reconozco; y mientras, mira, he
vuelto a fumar este tabaco bávaro infame. Regreso a tu miedo, Berlín.
Tras una pista resuelta amenaza otra incomprensible; de
quién es este gorro que ayer olvidamos en un bar de Kreuzberg. Aquí, donde el mal
se vanalizó hasta la mecánica. Tengo aún 160 caracteres para entregarte mi vida
o mandarte a la mierda.
No te escondas; tú fuiste parte del horror al no mirar el
uniforme mientras pulsabas el botón y movías la palanca e ignorabas el grito y…
Cuentan de Tacheles; de casas en ocupación, de libertad
creativa, de estímulo de arte e inspiración del incrédulo en duermevela.
Cuentan de un azote a sistemas deprimidos que malviven alimentándose de sus
heces. Cuentan que no hay decisión sin asamblea, que no hay cerrojos más que
los que apresan al mercado y dignifican al animal, que se han abolido leyes
inicuas, desde la gravedad a la propiedad, que quien quiera puede volar con
alas sin dueño que se recogen a la entrada. Cuentan que existen espacios
ganados a la realidad a golpe de corazón, dicen, pero no es eso Tacheles. Te
miro a los ojos que no son capaces de aguantarme el duelo, aquí, donde se
malvende por 10 euros el ideal antisistema, en este sillón de diseño de pub
normalizado, en la segunda planta de la casa okupa, del barrio deprimido, de la
ciudad postmoderna, del país que conspira en contra de mí; y de sí mismos.
Bastaría algún término de uso común en medios de transporte y expositores de alta bisutería para describir Berlín; pero, claro, sería incompleto. Todo lo es, la maldita vertiente oculta que da significado a las fachadas. Lupanar teutónico de Doblin. Quién pudiera ver más allá de la dura piedra. Esta vez Berlín trajo una felicidad aún por descubrir.
Todo está por ver en Berlín. Lábil y mutable. Nadie, como
esta ciudad, tan experta en saberse alzar de sus catástrofes. Rejuvenece una y
otra vez, insolente. Y una vez más, perece merecidamente aplastada en su
codicia. Ciudad que transgrede la historia mediante las desgracias. Berlín
cambia, y nosotros a través de ella.
Todo, bajo la influencia pétrea del ladrillo y el hormigón.
En una misma ciudad se instala una estructura postmoderna construida para el
deleite eficaz y sin interrogantes del visitante, sobre un estrato histórico
superficial que oculta bajo cada metro cuadrado de adoquín un horror, distinto,
brutal; y junto a ella la Berlín del pulmón histórico y el simbolismo, sitiada
iconográficamente en las rojas aguas del “enemigo”, reducto ahora de escaparatismo
falaz capitalista. Miscelánea, odiada por la Baviera productivista,
desorientada, llena de vida; mil veces reeducada y otras mil veces reinventada.
Ciudad de piedra y humo, base de una población que nada sabe de geometrías euclidianas.
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