No sé si quiero recuperar tus pulsos.
Necesito comprenderme en tus arrugas
y en tu paso lento de sobrio gusto por la soledad.
También los ojos cambian,
inútiles frente a la lluvia eterna. ¿Me recuerdas?
Fui tu parto y tu muerte, uno más,
ni mejor ni peor, de tus mil amantes.
Tus brumas de ser mitológico luchando
contra el verde, fuimos viejos desde el nacimiento,
nos grabaron en piedra y nos echaron al mar;
qué seríamos sin el agua.
Moriremos el día que dejemos de llover.
Santiago de Compostela, noviembre de 2014
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