viernes, 24 de abril de 2015

Institu...ciones

Os voy a contar una pequeña historia que me ocurrió cuando tenía más o menos vuestra edad. Creo que estaba en COU, que es como se le llamaba antes a vuestro 2º de bachillerato. El caso es que un día estaba leyendo el periódico en una cafetería; muy posiblemente ese día había hecho pellas y me había saltado alguna clase que no me interesaba mucho, de Matemáticas o de Historia, no sé, la cuestión es que de pronto leí una noticia que me dejó helado, una noticia sobre algo que desconocía por completo.


Durante toda mi vida llevaba oyendo que el bien más preciado que tenemos los seres humanos es: la libertad, y que las sociedades occidentales, “democráticas”, defendían la libertad de sus ciudadanos por encima de todo; hasta el punto de que nos permitíamos invadir países, montar guerras y derrocar gobiernos para extender a todos los pueblos del mundo esa libertad. No paraban de recordarme -mi familia, mis profesores, en la tele… hasta mis amigos- que éramos muy privilegiados por ser libres, por tener Libertad; así, con mayúsculas…

Sin embargo, aquel día, tomándome tranquilamente el café, me encuentro con aquel titular: “El 65% de los presos reinciden al quedar en libertad y acaban regresando a prisión”. El 65%; 2 de cada 3. Seguí leyendo, y el texto de la noticia hablaba de un término del que no sólo no había oído hablar nunca sino que ni se me había ocurrido que pudiera existir; era hasta complicado pronunciarlo: Institucionalización.

Porque, ¿sabéis por qué reincidían aquellos presos? No era por maldad natural, ni por extremas necesidades económicas, ni porque les gustara saltarse las normas porque sí; no, nada que ver; si los presos volvían a delinquir era porque fuera de la cárcel, una vez en libertad, en el mundo real, donde se suponía que existía la Libertad, se sentían excluidos, se sentían marginados, apartados, sin sitio, y necesitaban regresar a un entorno que para ellos era mucho más cómodo, más amable, más confortable, más reconocible: la cárcel.

Es decir, tan acostumbrados estaban a las normas, a las rutinas, a los roles que adquirían en la cárcel, que cuando salían, se sentían perdidos, vulnerables, incapaces de vivir con tanta, tanta, tantísima libertad. Se habían convertido en personas Institucionalizadas.

Yo me pregunté: ¿cómo alguien podría preferir vivir en la cárcel que fuera de ella? No lo entendía. ¿Cómo se había anulado tanto la personalidad, la individualidad, las inquietudes, los deseos de alguien como para que el mundo real le resultara insoportable?

Aquella noticia me provocó un gran cortocircuito, ya que de pronto me di cuenta que no eran sólo las cárceles, sino que existían otras muchas Instituciones que, con la excusa de protegernos o socializarnos o educarnos o… o hacernos libres, lo que conseguían realmente era convertirnos en seres dependientes, sin autonomía propia, sin sentido crítico, normalizados, mansos; aborregados... Seres institucionalizados. Pero lo peor es que me di cuenta que no sólo eran las cárceles, sino que había muchas otras Institu… (mirar al Instituto)… muchas otras Instituciones.

El día siguiente fui al Institu…to bastante cabreado, ya os lo podéis imaginar, y en el recreo fui a hablar con Tomás, el profe de Filosofía, con el que tenía bastante confianza, al que le contaba mis reflexiones sobre la vida, mis dudas existenciales, y que siempre me escuchaba con infinita paciencia, y le expliqué cómo me sentía: “las instituciones nos convierten en seres mansos, sin personalidad, sin creatividad, dependientes”, le grité.

Él se me quedó mirando, sonrió un poco, creo que sintiendo una mezcla entre orgullo y vergüenza ajena, y me dijo: “¿Por qué me cuentas esto a mí?” Pues porque confío en ti, le dije. “Pero yo también formo parte de las Instituciones”, respondió.

Me quedé un poco cortado, así que él continuó: “las Instituciones”, me dijo aquel día,  “no tienen porqué ser malas por sí mismas, lo que es malo es el uso que las personas pueden hacer de ellas.

Es necesario”, continuó, “conseguir un equilibrio entre la conciencia colectiva, la adquisición de unos valores sociales, el respeto por lo común, y la individualidad, la creatividad, la autonomía del ser humano. Es necesario que seamos seres libres, pero también sociales. Si tú crees que algunas Instituciones no pretenden o no consiguen eso, no las elimines, modifícalas, y trata de convertirlas en Instituciones justas, que fomenten la tolerancia, la igualdad, la individualidad, pero también la cohesión social”.

Yo me quedé dudando, sin saber muy bien qué decir, con cierta actitud rebelde pero al mismo tiempo tratando de asimilar lo que había escuchado. Le di las gracias y me fui… Y la verdad es que desde aquel día pienso mucho en eso; como si no lo tuviera aún claro del todo. Cada vez que entro en el Institu-to, pienso en eso…

¿Qué pensáis vosotros?

(Reflexión.)

La verdad es que aquello no terminó ahí, porque justo antes de irme Tomás me dijo: “Te voy a dar un consejo. ¿Tú crees en otros tipo de Instituciones, en un mundo mejor, verdad?”, Sí, claro, contesté yo. “Pues si crees en un mundo mejor no esperes a que este mundo mejor llegue y compórtate desde hoy como si ya estuvieras en él”.


Narrado en el IEs Ortega y Gasset, Madrid. 22 de abril de 2015

1 comentario:

  1. Muy bonito el texto para el teatro encuentro.... cómo me gustaría que os vinierais a mi insti... ejejejej

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