Durante toda mi vida llevaba oyendo que el bien más
preciado que tenemos los seres humanos es: la libertad, y que las sociedades occidentales, “democráticas”,
defendían la libertad de sus ciudadanos por encima de todo; hasta el punto de
que nos permitíamos invadir países, montar guerras y derrocar gobiernos para
extender a todos los pueblos del mundo esa libertad. No paraban de recordarme
-mi familia, mis profesores, en la tele… hasta mis amigos- que éramos muy
privilegiados por ser libres, por tener Libertad; así, con mayúsculas…
Sin embargo, aquel día, tomándome tranquilamente el
café, me encuentro con aquel titular: “El 65% de los presos reinciden al quedar
en libertad y acaban regresando a prisión”. El 65%; 2 de cada 3. Seguí leyendo,
y el texto de la noticia hablaba de un término del que no sólo no había oído
hablar nunca sino que ni se me había ocurrido que pudiera existir; era hasta
complicado pronunciarlo: Institucionalización.
Porque, ¿sabéis por qué reincidían aquellos presos?
No era por maldad natural, ni por extremas necesidades económicas, ni porque
les gustara saltarse las normas porque sí; no, nada que ver; si los presos
volvían a delinquir era porque fuera de la cárcel, una vez en libertad, en el
mundo real, donde se suponía que existía la Libertad, se sentían excluidos, se
sentían marginados, apartados, sin sitio, y necesitaban regresar a un entorno
que para ellos era mucho más cómodo, más amable, más confortable, más
reconocible: la cárcel.
Es decir, tan acostumbrados estaban a las normas, a
las rutinas, a los roles que adquirían en la cárcel, que cuando salían, se
sentían perdidos, vulnerables, incapaces de vivir con tanta, tanta, tantísima libertad. Se habían convertido en personas
Institucionalizadas.
Yo me pregunté: ¿cómo alguien podría preferir vivir
en la cárcel que fuera de ella? No lo entendía. ¿Cómo se había anulado tanto la
personalidad, la individualidad, las inquietudes, los deseos de alguien como
para que el mundo real le resultara insoportable?
Aquella noticia me provocó un gran cortocircuito, ya
que de pronto me di cuenta que no eran sólo las cárceles, sino que existían
otras muchas Instituciones que, con la excusa de protegernos o socializarnos o
educarnos o… o hacernos libres, lo que conseguían realmente era convertirnos en
seres dependientes, sin autonomía propia, sin sentido crítico, normalizados,
mansos; aborregados... Seres institucionalizados. Pero lo peor es que me di
cuenta que no sólo eran las cárceles, sino que había muchas otras Institu… (mirar
al Instituto)… muchas otras
Instituciones.
El día siguiente fui al Institu…to bastante
cabreado, ya os lo podéis imaginar, y en el recreo fui a hablar con Tomás, el
profe de Filosofía, con el que tenía bastante confianza, al que le contaba mis
reflexiones sobre la vida, mis dudas existenciales, y que siempre me escuchaba
con infinita paciencia, y le expliqué cómo me sentía: “las instituciones nos
convierten en seres mansos, sin personalidad, sin creatividad, dependientes”,
le grité.
Él se me quedó mirando, sonrió un poco, creo que
sintiendo una mezcla entre orgullo y vergüenza ajena, y me dijo: “¿Por qué me
cuentas esto a mí?” Pues porque confío en ti, le dije. “Pero yo también formo
parte de las Instituciones”, respondió.
Me quedé un poco cortado, así que él continuó: “las
Instituciones”, me dijo aquel día,
“no tienen porqué ser malas por sí mismas, lo que es malo es el uso que
las personas pueden hacer de ellas.
Es necesario”, continuó, “conseguir un equilibrio
entre la conciencia colectiva, la adquisición de unos valores sociales, el
respeto por lo común, y la individualidad, la creatividad, la autonomía del ser
humano. Es necesario que seamos seres libres, pero también sociales. Si tú
crees que algunas Instituciones no pretenden o no consiguen eso, no las elimines,
modifícalas, y trata de convertirlas en Instituciones justas, que fomenten la
tolerancia, la igualdad, la individualidad, pero también la cohesión social”.
Yo me quedé dudando, sin saber muy bien qué decir,
con cierta actitud rebelde pero al mismo tiempo tratando de asimilar lo que
había escuchado. Le di las gracias y me fui… Y la verdad es que desde aquel día
pienso mucho en eso; como si no lo tuviera aún claro del todo. Cada vez que
entro en el Institu-to, pienso en eso…
¿Qué pensáis vosotros?
(Reflexión.)
La verdad es que aquello no terminó ahí, porque
justo antes de irme Tomás me dijo: “Te voy a dar un consejo. ¿Tú crees en otros
tipo de Instituciones, en un mundo mejor, verdad?”, Sí, claro, contesté yo. “Pues
si crees en un mundo mejor no esperes a que este mundo mejor llegue y
compórtate desde hoy como si ya estuvieras en él”.
Narrado en el IEs Ortega y Gasset, Madrid. 22 de abril de 2015
Narrado en el IEs Ortega y Gasset, Madrid. 22 de abril de 2015
Muy bonito el texto para el teatro encuentro.... cómo me gustaría que os vinierais a mi insti... ejejejej
ResponderEliminar