lunes, 9 de marzo de 2015

El 'no' (microteatro, 2015)

 
(Al público) Perdonad, ¿os importa que tenga el móvil encendido… aquí a mano? Es que ayer mi jefe dijo que necesitaba que alguien fuera hoy a la oficina a acabar un proyecto que hay que entregar el lunes, y me preguntó a mí si estaba dispuesto, por el bien de la empresa, dijo, y bueno; ya sé que es sábado por la tarde y… y que además es que el proyecto ni siquiera es mío; pero ¿qué le iba a decir…? El caso es que debe estar a punto de llamarme, así que lo dejo en vibración, ¿vale?


(Levanta la cabeza, señala un piso en el edificio de al lado) ¿Veis ese balcón? Pues esa es mi casa; justo ésa. No sabéis qué vistas hay, y qué luz, es como si cada mañana naciera el Sol en el salón, y el espacio: amplísimo; la primera casa donde puedo meter todos mis libros, la bici, el perro, la… no sé… todo, y con una habitación para invitados, que utilizo para hacer yoga, para proyectar pelis; una gozada.

Yo había vivido en otras muchas casas, en otros barrios; pero ninguna de esas casas ni ninguno de esos barrios se pueden comparar a éstos; podemos decir que las otras no se ajustaban exactamente a lo que yo quería, a lo que yo necesitaba realmente: demasiado oscuras, demasiado ruidosas, pequeñitas, alejadas de todo, en barrios aburridísimos; en definitiva, que en ninguna de aquellas otras casas me sentía realmente a gusto; siempre sentía como que faltaba algo.

Así que hace un año cogí un mapa, y me dije: yo quiero vivir en Lavapiés, y quiero que mi piso sea luminoso, amplio, con balcón y sin esos muebles horrendos de madera noble que tienen las casas de alquiler; y sobre todo, en el piso que alquile me tengo que sentir cómodo.

Como no tenía prisa y quería estar seguro de que encontraba el piso adecuado, pues me puse a llamar a todos los números que veía en los carteles de los portales, miré todas las páginas de alquiler de pisos y me vi, no sé, cincuenta, cien pisos… ¿Sabéis de que me di cuenta? Que qué fácil es infravivir en Madrid; ¿y sabéis de qué otra cosa me di cuenta? Pues de que hay muchísimo sinvergüenza: ¡unos zulos!, ¡unas ratoneras! Y qué precios… Hasta que apareció éste… (Mira al balcón, señala) Miradlo bien, ¿no os parece perfecto?

(Suena el teléfono) Uy, perdón, me llaman, será mi jefe… ah, no… ¡mi madre!... ¿Qué querrá mi madre ahora?... Perdonad un momento… “Hola ma… Sí… bien, muy bien, ¿y tú?... bueno, estoy un poco ocupado, que… dime, dime, venga… ¿Mañana? ¿Cuidar de tu perro? Pero es que… Ya, pero ¿no puede hacerlo nadie más?… Todo el día… ¡Pero es domingo! Es que quería ir a la Sierra con… Ya… Ya, ya, si te entiendo, pero… Ya… Que sí que quiero a tu perro… Venga ma, que sí, que lo cuido, está bien… Te tengo que colgar, que espero una llamada y estoy ocupado… Sí, mañana a las ocho… Un besín…”

(Mira a la gente) Mi madre… Que le cuide mañana el perro. Pero por qué le he dicho que sí… Me viene fatal, justo mañana… Pero, ¿qué le iba a responder? (Se mesa el pelo, y mira al piso, sonríe). ¿No os parece maravilloso? Bueno, la verdad es que tiene algunos problemillas; pero como todos. Cuando el casero me la enseñó por primera vez le dije que me encantaba, que sabía que mucha otra gente habría visto el piso, pero que yo estaba muy muy muy interesado. El precio era alto, la verdad, pero era justo el tope que me había propuesto, digamos que el salario me daba justito para poder pagarlo; pero por qué no, me dije, merecía la pena el sacrificio.

El caso es que pasaron un par de días y el propietario no llamaba, yo ya pensaba que había encontrado a otro, que no me lo iba a alquilar a mí, pero por fin, cuando ya habían pasado tres o cuatro días, me llama por teléfono. “El piso es tuyo”, me dice, ¡bien!, “eso sí, han cambiado un poco las condiciones del anuncio: el precio ha subido 50 euros”. ¿50 euros más? Hice un cálculo mental rápido con el teléfono en la mano, me cagué en sus muertos, ¡será cabronazo usurero!, pensé, pero ¿qué le iba a contestar?, pues que sí. “Y otra cosa”, me dice, ¿otra cosa? “La Comunidad la tienes que pagar tú”. ¡La Comunidad! ¡Pero, pero, pero… bueno, pero eso no es legal! Cómo me podía hacer eso. “¿Lo quieres o no?”, me pregunta, yo me callé unos segundos, me enfadé, me enfadé mucho, vi que si aceptaba no iba a llegar a fin de mes, ¡es que me estaba chantajeando!, que mi sueldo ya no me daría para vivir, que no podría hacer los cursos de teatro social, pagar la matrícula de la Universidad, que me tendría que dar de baja de yoga, que…; un auténtico cabrón, eso era… Así que respiré profundamente, y le dije lo que le tenía que decir: Nnnn, sí. Y colgué el teléfono.

(Mira entristecido el edificio) Mirad, ahí vive la Fati con el Desi, qué majos; ahí Laura, ahí Birloque… La verdad es que son muy majos mis vecinos, he tenido suerte. Cuando me dijeron lo que pagaban por sus pisos no me lo podía creer; ¡es que me estaban estafando! De eso hace un año, he estado a punto de llamar al casero muchas veces… pero siempre, en el último momento, me entra… como miedo, como que no me atrevo… ¿Y si me dice que me tengo que ir? La verdad es que en invierno es muy frío, porque no tiene calefacción, y bueno, está también lo de las humedades, el problema de la cocina… (Mira al piso). No, no me atrevo. ¿Y si me dice que me tengo que ir?

Llaman al teléfono (coge con desgana). “¿Sí?... Buenas tardes… ¿En media hora? Sí… Perdone, ¿puede esperar un momento?”

(Al público.) Es… mi jefe. Me dice que vaya a la oficina. La verdad, no sé, no sé qué decirle… ¿Qué hago? ¿Tú qué le dirías?



Trabajo de Teatro Encuentro para el curso de Teatro Social de la Dinamo.

Marzo de 2015

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